miércoles, 16 de julio de 2008

Mandarinas

Pisamos el Diablito por segunda o ¿tercera vez?. Tomamos nuestros respectivos tragos favoritos. Pedí una pizza que llegó creo que una hora después, hecho que extrañamente no me molestó. Salimos del local quizás dos o tres horas después, considerablemente más felices que cuando entramos. Y ojo que no era un efecto etílico, era puro amor.
(Creo que quizás me está haciendo mal leer todos los días a Steven Gaines, porque cada día quiero con más ansias volar y recorrer ciudades de algodón y mandarinas).
Caminamos por el parque y fuimos a nuestro local recurrente, donde los jóvenes nos miran y saben que queremos dos azules y dos heladas.
Cantamos y fumamos más de la cuenta, lo que me costaría un gran dolor de cabeza al día siguiente y dejar de fumar por cuatro días. Miramos a esos jovencitos y nos reímos, los escuchamos y volvemos a reir, insisto no era un efecto etílco, era puro amor...
Ya han pasado dos semanas desde entonces, y sigo creyendo que fue uno de mis mejores encuentros. Sentí que las mandarinas eran reales y que John tenía razón, es necesario de vez en cuando volar.

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